A new experience
When I visited Guaduas, I was part of a “commission” of five people—two women and three men. For the last night we were there, a couple had invited us to stay at their house, in order to avoid losing a lot of time the last day walking back to where we had been staying. This was generous and very welcome, both to save the time, and for the experience of staying with them. They were gracious and friendly hosts, and I feel my view of the life of the people of Guaduas was broadened by the experience.
When it was time for bed, we were shown a room that had a bed that was somewhat broader than usual, and two normal beds. The two women got the “double” bed, which left two beds for the three men. Our hostess began to arrange bags and cloth on the floor as a pallet, and I volunteered to take the floor (which would be no problem for me).
“Oh, no,” she exclaimed, “¡a los niños y los ancianos, les ponemos en las camas!” (“We put children and old people in the beds!”) I must have looked pretty stricken, because she hastened to add, “That doesn’t mean that you are an old person.” Yeah, right…
Well, there was apparently no way to avoid it, so I took the bed. But will I ever be the same…? (I’m happy to be able to report that in the Medellín Metro, nobody got up to give me a seat, so maybe there’s still hope)
Una experiencia nueva
En la visita a Guaduas, era miembro de una “comisión” de cinco personas—dos mujeres y tres hombres. Para la última noche de nuestra estancia, una pareja nos había invitado a quedarnos en su casa, para no perder mucho tiempo en el ultimo día, caminando de vuelta hacía donde nos habían quedado. Eso fue generoso y muy grato, tanto para ahorrar el tiempo como para la exeriencia de pasar tiempo con ellos. Eran anfitriones generosos y con gracia, y pienso que mi sentido de la vida de los guadueños fue ampliado por la experiencia.
Cuando llegó la hora de acostarnos, nos enseñaron un cuarto que tenía un cama algo más ancha que lo normal—no precisamente una cama matrimonial; yo diría que una cama por el pincipio de un matrimonio—y dos camas normales. La “matrimonial” fue asignada a las compañeras, y las dos normales a nosotros. Como éramos tres, nuestra anfitriona empezó a poner sacos y otras cosas en el piso, para hacer tipo de colchoneta. Yo me ofrecí a dormir en el piso, pues no me sería ningún problema.
—¡O, no!, exclamó.—A los niños y los ancianos, ¡les ponemos en las camas!
Debo haberme puesto cara de afligido, porque ligero agregó, —No quiere decir que es Ud. anciano…
Seguro que sí…
Aparentamente, no hubo manera de evitarlo, pues cogí la cama. Pero, ¿jamás estaré lo mismo?
(Me resulta grato poderles avisar que en el Metro de Medellín, nadie se paró para darme su asiento, pues quizás todavía hay esperanza.)
Saturday, October 27, 2007
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